


El melómono
El hombre solo es un mono que hace música
A veces, buena música
BLUES
DEJA DE JODER LA MÚSICA A LOS NEGROS
Decía Marx que la lucha de clases es el motor de la historia. Pero si hay algo que ha movido el mundo desde que empezó a girar es la codicia y con ella una compañera inseparable: la injusticia. La música tampoco es ajena a esta letal simbiosis. Lo más relevante de los dos últimos siglos a este respecto es fruto de uno de los capítulos más vergonzosos del libro de la humanidad: la esclavitud.
La música actual sería impensable sin un género surgido a mediados del siglo XIX en los campos de algodón del sur de Estados Unidos. La tristeza del esclavo negro es azul y se llama blues. Nada puede haber más triste que te cacen a lazo como a una bestia para llevarte a trabajar a punta de látigo al otro lado del océano. Sin esclavos no habría blues y sin su proceso de emancipación, tampoco. Sin lo primero, nunca hubiera surgido semejante forma de lamento colectivo y, sin lo segundo, nunca hubieran pasado de meras canciones de trabajo. Gracias al blues existen el jazz, el rock, el pop, el soul, el funk, el hip-hop… todo, salvo el flamenco, el tango y la jota. Las etiquetas cambian pero el patrón es el mismo, la misma escala pentatónica que se usó en el delta del Mississippi para sobrevivir al infierno.
La tradición musical que venía de África fue lo único que los blancos no pudieron robar a los negros (se la robaron después cuando comprendieron lo rentable que podía llegar a ser). Los blancos les quitaron la libertad, les quitaron sus creencias, su lengua… Pero no pudieron con su música, que se convirtió en su principal seña de identidad, en la única medicina capaz de curar tantas heridas, en la única luz capaz de brillar entre tanta oscuridad. Como decía Machado, se canta lo que se pierde. Y, como dice BB King, sentir el blues es ser dos veces negro.
Por si acaso, el blues fue tachado de satánico, disoluto, lascivo… Escuchando a Robert Johnson ¡en los años 30! cantar lo siguiente parece cierto: “Puedes exprimirme el limón hasta que el zumo me chorree por la pierna”. Led Zeppellin lo replicó 40 años después cuando el escándalo ya vendía. La verdad es que el blues tiene dos caras: con una baila a Cristo y con otra al diablo. Los espirituales no son otra cosa que blues cantados en la iglesia los domingos por la mañana. La mítica Beale Street de Memphis era una calle en la que los locales ofrecían música las 24 horas del día. “Si pudieras ser un negro durante sólo una noche de sábado en Beale Street nunca más querrías volver a ser blanco”. Palabra de Rufus Thomas.
Muchos bluesmen empezaron, fueron o acabaron siendo predicadores. Blind Willie Johnson vivía de tocar en la calle y cuando le llegó la ‘fama’ siguió haciendo lo mismo porque no le interesaba el negocio. Sólo Dios y las cuestiones espirituales. Skip James, después de cantar que prefería “ser el diablo a ser el hombre de esa mujer”, se hizo ministro baptista y dejó el blues durante 33 años. Grabó 26 canciones en los años 30 tras ganar un concurso en una tienda de discos. Cobró 40 dólares y nunca llegó a escucharlas. Reapareció en el reputado festival de Newport en 1964. Lo sacaron del hospital aquejado de cáncer. Pudo operarse gracias al éxito de la versión de Cream de su canción ‘So Glad’ y vivió tres años más. Son House grabó ¡en 1930! ‘My Black Mama’ en la que se declaraba ateo, mujeriego y bebedor de whisky. También desapareció de la música en 1942 durante más de una década y se hizo predicador, como su padre “Charlie Patton, Robert Johnson, Willy Brown y Blind Lemmon Jefferson habían ido muriendo. ‘Oh, Dios mío, ahora me toca a mí’, y dejé de cantar 16 años”, explica él mismo en un documento excepcional recogido por Martin Scorsese en ‘Feel Like Go Home’. Son House, el mismo que cantaba que había descubierto que la quería “cuando la bajaban al hoyo”.
Predicadores y ciegos. Ese es otro de los denominadores comunes de algunos de los primeros bluesmen. El citado Blind Willie Johnson perdió la vista a los 7 años porque su madrastra le arrojó lejía a la cara en represalia a una paliza que le dio su padre. Blind Boy Fuller también se quedó ciego por culpa de la lejía. Su mujer se la cambió por el agua con la que se lavaba. Blind Lemon Jeferson, el padre del blues de Texas, nació ciego y conoció la fama en vida durante los años 20. Uno de sus grandes éxitos fue ‘See that my grave is kept clean’ (mira que mi tumba se mantenga limpia). Dos años después, en 1929, moría en Chicago a los 36 años, tras extraviarse en una tormenta de nieve. La discográfica Paramount trasladó su cadáver a Worttham, Texas, donde fue enterrado. Pero su tumba se mantuvo anónima hasta 1967. En 2007, el cementerio recibió el nombre de Blind Lemon Memorial Cementery y un comité especial se encarga de mantener limpia su tumba.
Hasta mitad de la primera década del siglo XX no se registran las primeras grabaciones de blues. La tradición se transmitía de forma oral. Sólo unos pocos lograron dejar constancia de un arte compartido por muchos más intérpretes que quedarán para siempre en el anonimato. Unos pocos afortunados que nunca fueron conscientes de que su aportación cambiaría el curso de la historia. Aunque bien mirado, la suerte no fue para ellos, fue para nosotros. Puede que el negocio no hubiera sido necesario para hacer de la música negra algo eterno, pero sí para convertirla en algo universal.
La primera emisora de música negra de los Estados Unidos surgió porque estaba a punto de quebrar. La WDIA de Memphis comenzó a ofrecer algo diferente al resto como último recurso. Se encontró con que emitiendo la música que se hacía en Beale Street tenía una audiencia de 1,5 millones de negros. Discriminada, sí, pero, audiencia al fin y al cabo. Los grupos blancos tocaban música negra para echar al público al final de las actuaciones pero empezaron a descubrir que, en lugar de irse, el público se quedaba. Sam Phillips, que se bregó con los bluesmen de Memphis antes de descubrir a Elvis, puso a los blancos a cantar música negra para que los pincharan en las emisoras blancas. Lo llamaron rock’n’roll. Y triunfó. Vaya si triunfó. “No había un negro más pobre que Elvis”, llegó a decir Phillips. Resulta que un blanco y un negro igual de pobres compartían muchas más cosas que dos blancos de diferente clase social. Quizá Marx tuviera razón.
La primera vez que BB King tuvo un público mayoritariamente blanco fue en 1968. El mismo año en que mataron a Martín Luther King, por cierto, también en Memphis. Al ver tanta cola de blancos, King insinuó a su manager que se había equivocado de dirección. El rey del blues cuenta que hizo la presentación más emotiva de su larga carrera. Todo el público se puso de pie y le ovacionó sin que Lucille hubiese emitido una sola nota. Reconoce que sólo pudo llorar.
Mayor generosidad es imposible. Les arrebatamos la historia y, a cambio, ellos nos dieron su alma. El blues es una de esas cosas que, según Frank Zappa, EEUU podrá alegar como atenuante en el juicio final de la historia. Mientras llega ese momento, reclamo lo mismo que Jorge ‘Ilegal’: “Deja de joder la música a los negros”.

DESPUES DE ALTAMIRA, TODO ES DECADENCIA
Según Picasso, después de Altamira, todo es decadencia. Si Picasso se hubiera dedicado a la música habría dicho lo mismo del blues. Los primeros bluesmen conocidos eran hijos de esclavos negros. Ellos mismos padecieron el duro trabajo del campo. Cuenta B.B. King que antes de ser músico ya había dado la vuelta al mundo, pero arando detrás de una mula. Hay pocos géneros musicales más próximo a sus orígenes. Por eso el blues es tan auténtico. Por eso y porque en muchos de sus intérpretes se repite el denominador común de la desgracia. Robert Johnson cantaba que la melancolía caía sobre él “como el pedrisco” y John Lee Hooker que estaría condenado a la tristeza hasta el día de su muerte. Blues y fatalidad están tan unidos como la uña y la mugre, que decía Bolaño.
Robert Johnson (1911-1938) es el primer mito del blues. Cuenta su leyenda que era un guitarrista mediocre hasta que vendió su alma al diablo en un cruce de caminos. Grabó 29 canciones que han servido de base para el desarrollo posterior de la música popular y sólo dejó dos fotografías. Murió a los 27 años envenenado por un marido celoso. Es la versión más canalla sobre el fin del bluesman más grande de todos los tiempos. Las otras dos son que murió de sífilis o de neumonía. En cualquier caso, se ganó la vida como músico ambulante y está enterrado en una tumba anónima. Como Cervantes y Velázquez. Debe ser cosa de genios, pero no sólo españoles.
Si Johnson es la leyenda, Leadbelly (1888-1949) es el pendenciero. A los 20 años ya tenía, al menos, dos hijos y se vanagloriaba de acostarse con 10 mujeres cada noche. Pasó media vida en prisión. Su carrera carcelaria incluye una condena por asesinato consumado y otra por intento, además de varias fugas. Pero sin la cárcel, posiblemente, no se hubiera dedicado al blues. Aprovechó sus conocimientos musicales para ganar beneficios penitenciarios tocando para los guardas. Dicen de él que fue el primer negro que actuó para blancos. Tampoco es ajeno a la leyenda y se le atribuye su primer indulto después de cantar ‘Please pardon me’ para el gobernador de Texas Pat Neff. Grabó más de 300 canciones y era un maestro de la guitarra de 12 cuerdas. Oyendo sus composiciones se identifica el riff con el que el rock´n’roll se adueñó del mundo.
Durante su estancia en la cárcel conoció al musicólogo (blanco) Alan Lomax, el gran descubridor del blues gracias a las grabaciones para la Biblioteca del Congreso que inició junto a su padre por los penales y los campos de la América profunda.
Por el estudio de grabación ambulante de Lomax también pasó en los años 40 un joven aparcero negro del delta del Mississippi llamado McKinley Morganfield. Resulta que tocar la guitarra y cantar, eso que él hacía para maldecir su suerte, interesaba más allá del porche de su barraca. Como muchos otros en aquellos años, emigró a Chicago, donde el bullicio de la gran ciudad no dejaba oír las guitarras acústicas. No fue el primero en utilizar la guitarra eléctrica para el blues. Ese honor se lo han ganado T. Bone Walker y Big Bill Broonzy, que dieron el salto a finales de los años 30, pero su poderoso estilo consiguió cambiar para siempre la faz del blues y de la música popular. Sólo le quedaba cambiarse el nombre por el de Muddy Waters. Eso y que los blancos descubrieran el gran filón que se abría ante sus ojos.
Los hermanos Leonard y Phil Chess habían nacido en una comunidad judía de Polonia pero se trasladaron de niños a Chicago junto a sus padres. Cuando fundaron Chess Records en 1950 no podían sospechar que se convertiría en una de las compañías discográficas fundamentales de la historia de la música popular moderna. Aquella desde la que se dio forma al blues eléctrico y a sus hijos reconocidos y bastardos. Basta echar un vistazo a los artistas de su nómina: el referido Muddy Waters, Chuck Berry, Bo Diddley, Howling Wolfe, Etta James… El primer sencillo que Waters grabó para los hermnanos Chess se tituló 'Rolling Stone'. Gracias a ello, unos jovenzuelos melenudos de Londres encontraron un nombre para su grupo; Bob Dylan, un título para uno de sus himnos y la prensa musical, una de sus cabeceras míticas. Aunque es imposible atribuir a una sola persona la paternidad del rock’n’roll, Chuck Berry, otro insigne exconvicto, es el que más se aproxima a ella. El exboxeador Bo Didley no se queda atrás. Ambos se desesperaban viendo como los blancos copiaban su estilo y se hacían de oro. Howling Wolf, al que el dios Eric Clapton rindió tributo, aprendió a tocar la guitarra con Charlie Patton, un pionero que murió en 1934 y que ya tocaba con los dientes dos décadas antes de que naciera Jimi Hendrix. Etta James fue la madre espiritual de Janis Joplin pero, a diferencia de ésta, supo domar su adicción al caballo. Murió en 2012 de leucemia. Tenía 73 años y casi nadie se acordaba de ella.
Little Walter es el mejor armonicista de la historia, con permiso de Sonny Boy Williamson, claro. Cuando Muddy Waters lo conoció y lo incorporó a su banda, tenía 18 años y sólo bebía Coca Cola. Acabó alcoholizado y muriendo tras recibir una paliza en la última de sus innumerables peleas callejeras. Tenía 37 años y había revolucionando el modo de tocar un instrumento casi desaparecido para el blues pero que él convirtió en imprescindible.
Otro de los artistas de la órbita de Chess Records fue Willie Dixon. Un tipo con un talento sólo comparable a su tamaño: casi dos metros y 120 kilos de peso. Fue boxeador y sparring de Joe Louis. Pasó por la cárcel por su negación a alistarse en el ejército. Prolífico en casi todo, tuvo 14 hijos y compuso cientos de canciones que vendía a 50 dólares. Actuaba como músico de estudio tocando el contrabajo y produciendo algunos de los discos más representativos de Chess Records, de cuyo éxito tuvo buena parte de culpa. Algunos de sus temas son auténticos clásicos. Sin embargo, hasta 1970 no grabó su propio disco. Lo tituló ‘I’m the Blues’ y podía asegurar con toda propiedad que, ciertamente, él era el blues, al menos casi todo el blues posterior a la II Guerra Mundial.
“El blues es la verdad porque si no es la verdad no es blues”, decía. Esa verdad fue la que le permitió ganar un pleito a los dinosaurios de Led Zeppelin por el plagio de ‘You Need Love’ que la banda británica titulo ‘Whole Lotta Love’. Muchos hubieran dado lo que fuera por apropiarse de los innumerables 'trozos' del inmenso Dixon, pero sólo la diabetes pudo con él y le amputó una pierna. Al final de su vida creo la Blues Heaven Fundation, una organización para preservar el legado del blues y defender los pisoteados derechos de autor de los músicos negros. Porque, como él afirmó: “El blues son las raíces y las otras músicas son los frutos. Es mejor mantener las raíces vivas, porque tendremos mejores frutos mañana. El blues son las raíces de la música americana. Mientras la música americana sobreviva, también sobrevivirá el blues”. Así lo recordó su esposa cuando Willie Dixon ingresó en 1994 en el Salón de la Fama del Rock. Chuck Berry hizo de padrino y Dixon no pudo asistir. Había m uerto dos años antes.
Quien no está ni, probablemente, nunca estará en el Salón de la Fama del Rock es J.B. Lenoir. Sus chaquetas de cebra se hicieron más famosas que él. Quizá porque tomó una senda, la de la denuncia social, que pocas veces se ve recompensada. Y si, además, eres negro y son los años 60, lo más probables es que acabes pagando tu osadía. Willie Dixon lo redescubrió y ambos grabaron temas para el movimiento de derechos civiles contra el racismo.
“Nunca regresaré a Alabama, no es lugar para mí. Sabes que ellos mataron a mi hermana y a mi hermano y todo el mundo deja que esas personas sigan libres”. Es la letra de ‘Alabama Blues’ y está escrita en 1965, un siglo después de que la esclavitud hubiera sido abolida. Una visión del estado sureño muy distinta a la que los rubios de Lynyrd Skynyrd reflejan en su ya clásico ‘Sweet Home Alabama’, en la que el cielo siempre es azul y los gobernadores dicen la verdad.
Vietnam fue otra de las dianas a las que Lenoir disparó sus afilados dardos. La letra de ‘Vietnam Blues’ dice lo siguiente: “Vietnam, Vietnam, todos lloran por Vietnam. La ley, todos los días, me mata en Mississippi, a nadie parece importarle una mierda. (…) Señor presidente, siempre llora por la paz, pero debe limpiar su casa antes de salir”. A mediados de los años 60, había un afroamericano por cada diez blancos en EEUU. Esta proporción se mantenía en la composición de la tropa enviada a la guerra. Pero el recuento de bajas era otra cosa: un negro muerto en combate por cada cuatro blancos. J.B. Lenoir falleció en 1967 por una negligencia médica después de sufrir un accidente de tráfico. John Mayall le dedicó una canción.
Pero no son sólo negros todos los que sufren. Los blancos descubrieron el negocio pero también quedaron contagiados por el veneno. Los Buchanan eran una familia de aparceros blancos de Arkansas que no sentía reparos en rezar junto a los negros. Su hijo Roy descubrió así el gospel. En 1957, con 18 años, debuta para Chess Records grabando el solo del tema ‘My Babe’ de Dale Hawkings. Poco después, ya era considerado el guitarrista desconocido más grande del mundo. Extraño título que no impidió que su revolucionario sonido diera una vuelta más de tuerca al blues eléctrico que Moddy Waters había puesto en la pista de despegue. Sus problemas con el alcohol y las drogas le llevaron a que en 1988 fuera detenido por conducir ebrio. Buchanan fue encontrado en su celda colgado de su propia camisa.
Blues y fatalidad están tan unidos como la uña y la mugre, que decía Bolaño.
